sábado, 30 de julio de 2011

Piano

No importa que no suene armonioso. Presioná, tocá esas teclas con la misma intensidad con que alguna vez soñaste hacerlo. Permití que broten de ellas tus historias, que se deslicen los años a través de ese Claro de Luna. Que te enreden con sus hojas y su savia tus anhelos más recónditos. Aunque los ojos se te llenen de lágrimas y quieras disimularlo. Contáme, contáme de tus viajes. De tus padres. Sobre tu último libro. Contáme mientras lo inventás a Beethoven. Y no importa que no suene como querrías. No importa que tus dedos ya no sean tan flexibles. Que tus manos estén ensombrecidas. No importa que no puedas ser perfecta para mí. Aprecio tu imperfección mejor que tu perfección. Contáme. Contáme que cada injusticia la sentís como tuya. Contáme lo que no fue. Contáme lo que soñabas cuando eras chica y querías tocar esa misma sonata. Contáme qué amabas. Qué amás. Contáme que querés ser. Qué ser te querés dar. Qué ser que te fue dado querés rechazar. Contáme lo que fuiste. Y contáme lo que no fuiste. Contáme de tus sueños. Contáme. Y aunque no sé si estaré siempre en el banco de al lado, componé tu primera sinfonía. Algún día la voy a escuchar, y entonces, entonces voy a saber qué me contaste..



jueves, 14 de julio de 2011

El lugar especial

Mientras conducía dijo que el mundo tenía reservado un lugar especial para cada uno de los seres humanos, y entonces su acompañante pensó en los pueblos hambreados, las historias negadas, la sangre derramada en los carriles de la historia. Esa historia que tenía un sentido, porque sus vías iban hacia el mismo destino.  El mundo marcha hacia el socialismo, recordó. Era una convicción. Era una necesariedad. La historia va hacia allí. La burguesía engendrará a su propio enemigo, y el enemigo luego la derrotará, logrando la ansiada síntesis. La burguesía había negado al sistema feudal; el proletariado, a su vez engendrado por esa burguesía, la negará. Afirmación, negación, negación de la negación. No fue, vino el mundo post. La post-modernidad. El mundo de la paz y la convivencia. La paz que, a lo mejor, algunos sentían mientras exterminaban de manera más sutil, sin que se los llame asesinos. La misma matriz neoliberal de las dictaduras, pero con medios diferentes. Sin resistencias, sin contra-fuerza. La paz de Cavallo anunciando sus ajustes por cadena nacional.  La paz de Carlos Menem indultando, generando pobreza y entregando ideales. La paz de la flexibilización laboral de De la Rúa. La paz que le encanta a la cúpula eclesiástica. La paz que nunca pone sobre la mesa las contradicciones de una sociedad desigual. El diálogo y el consenso para ceder ante los poderosos. Dialoguemos con la Sociedad Rural, financiadora de la Campaña del Desierto, manchada de la sangre de cientos de aborígenes y de la vida esclava que tantos otros tuvieron luego. Ese Desierto no era ningún desierto. La campaña que fue liderada por Roca como Ministro de Guerra de Avellaneda. Roca, luego presidente, el de la etapa de las oligarquías en el poder, el Orden. El Roca que tiene una calle que en Rosario tachan y tachan, y vuelven a tachar, para poner sobre ella el nombre de un tachado. El nombre de alguien que se interesaba por los tachados de este mundo: el Pocho Lepratti. Y entonces tenemos en los noventa la paz encubridora y negadora de la lucha de clases. La lucha de clases que estuvo más viva que nunca en el `55, la lucha de clases que el Peronismo lejos de conciliar como propuso Perón en La comunidad organizada, reavivó. La lucha de clases es eso, y si no es eso, ¿dónde está la lucha de clases?. ¿Dónde está sino está en una sociedad dividida entre los sectores populares pugnando por defender sus ideales y las corporaciones defendiendo sus intereses?. Está en la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre de 1959, en el Cordobazo, o en los programas obreros de La Falda y Huerta Grande.
Perdón, la historia murió. Ya no hay lucha de clases. Estamos en la década del `90. Cayó el muro, llegó Gorbachov, y la Guerra Fría tuvo un ganador.  Llegó la era de la líquidez y las personalidades adaptadas a una constante fluidez. Lo público pensado sólo en torno a la vida privada de las figuras destacadas del espectáculo, de los personajes destacados. La revista Gente, la revista de la gente. La revista que en la última dictadura publicaba lista de las personas que la dictadura tenía que matar. Que elegía como personaje del año a Rafael Videla. La revista dirigida por Samuel Chiche Gelblung, el simpático de la tele. El formador de opinión. La revista Gente era la revista de la gente. De la gente bien, derecha y humana. Humana ante todo. Porque es católica, apostólica y romana, como el genial personaje interpretado por China Zorrilla en Esperando la Carroza: Elvira Romero de Musicardi. ¿Qué somos? ¿Negros para ser tan salvajes, judíos para no tener siquiera creencia religiosa?, le pregunta a su hija y su cuñada mientras camina por su barrio. No, por eso algunos como yo, podría haber dicho tranquilamente Elvira (algunos, porque generalizar sería injusto, también estaban los sacerdotes tercermundistas vió, y en esa Iglesia hay grandes personas) bancamos a Videla. Videla va a la Iglesia. Videla se arrodilla ante Cristo. En Chile, Pinochet comulga de la mano del Líder de la institución, Juan Pablo II. ¿Allende? No, a Allende ya lo tumbaron. Sí, lo tumbaron. La CIA y las Fuerzas Armadas. Lo fueron a buscar a la Casa de la Moneda. 
La lucha por el poder es la lucha por la verdad, por imponer la verdad. Foucault lo dijo hace mucho. En las sociedades globalizadas, son los mass-media los que imponen su verdad, que es siempre, la verdad de las corporaciones. Las corporaciones mediáticas no son el cuarto poder, son el poder mismo, el económico, el que ni siquiera aparece en esa clasificación de cuatro poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, por último, Mediático. Los medios. Pero los grandes medios están en manos del poder económico. Ese que es tan hábil y astuto que ni siquiera aparece ahí, en una clasificación. Sabe invisibilizarse.
Ahí estaba, en todos los kioscos, la revista que justificaba el genocidio. La revista, el diario, la tele. Los medios como constructores de sentidos. Los medios como cómplices de la etapa más nefasta de nuestra historia. Siempre, siempre, cuidado, siempre en nombre de la democracia y la conservación de la República.
Retrocedamos, volvamos a los 90. El mundo en el que las ideologías caían. La historia ha muerto proclamaba Fukuyama desde el Gran Imperio. ¿La historia había muerto? ¿No era acaso lo que proclamaba una expresión de deseo? La historia ha muerto señores, el liberalismo ha triunfado. Sí, ha triunfado con sangre, con genocidio, para así poder instalar su dominio sin resistencia alguna. Ha triunfado utilizando la vida como medio, despreciándola. 
Pará, pará, basta de discutir cosas del pasado. ¿Pero de qué pasado me hablás Raúl? La historia no murió. Fukuyama se equivocó. Mejor dicho, nos quiso hacer creer que las ideologías habían desaparecido, pero están vivas, acá, acá nomás. En nuestra Tierra. En el patio de atrás de los Estados Unidos de Norteamérica. La historia brotó, resucitó, o tal vez, nunca había muerto. Sólo quiénes debían encarnar su movimiento tenían miedo. El miedo que instalaron durante años secuestrando, torturando, tirando gente de aviones, asesinando. La historia está viva en Latinoamérica. Están en pugna modelos diferentes. Y un aborigen, una mujer, un militar, un sacerdote, y un obrero, en diferentes países, en diferentes tierras, proponen el Estado Distribucionista, el que transfiere renta y lucha por la igualdad como condición esencial a toda sociedad que quiera vivir en paz, pero en paz en serio, en una paz fundada en la equidad, nunca, nunca en el oprobio y la afrenta. ¿Y sabés por qué? Porque la mano invisible nunca existió, y el Mercado, así, con mayúsculas, nunca se reguló por sí mismo. Latinoamérica fue siempre la tierra signada por la desigualdad. Tierras donde se montan palacios de cristales frente a pobres ranchos en su ciudad de los Buenos Aires. Paradójicamente edificios de cristales que no permiten ver. Permiten negar y tachar esos lugares, los del otro lado, los lugares olvidados. Son los lugares vacíos, los que describe Zygmunt Bauman. Los que no forman parte del mapa mental de nadie y están vacíos de sentido, no porque no lo tengan, sino porque nadie entra en ellos. Es un lugar público, pero no civil, porque la esencia de la civilidad, dice Bauman, es la capacidad de interactuar con extraños sin atacarlos por eso y sin presionarlos para que dejen de serlo o para que renuncien a algunos de los rasgos que los convierten en extraños. Ese es un lugar donde muchos de nosotros nos sentiríamos perdidos, o vulnerables. Y desde los edificios de cristales no se ve nada. Están muy altos. No se escucha mucho. Como en el magistral final de la película El método, de Enrique Piñeyro, donde estallan las protestas en la calle, pero en las alturas del edificio no se ve ni se oye nada.
Bien, ahora acelerá pero no tanto, dijo a su amigo que conducía.
Y después frená.
Frená, bajá, y decíle a ellos, a los tachados, a la barbarie que espanta a la civilización argentina, que el mundo tiene un lugar especial reservado para cada uno de nosotros. Yo, yo no puedo decirlo.

                                                                        (Foto: Viajando)