domingo, 13 de febrero de 2011

Historias Sacras

La causa está perdida, repetía, no sabemos por qué estamos acá, por qué existe esto. Bien podría haber nada, bien no podrían existir los planetas, ni el sol, ni el universo. Nada, la nada. No podía concebirla. No estaba preparado para hacerlo, y aunque lo estuviese, era imposible imaginársela. La razón humana se topa con su límite en ese preciso instante. Vivir vaciando el por qué, llenándolo sólo de incertidumbre para volver a vaciarlo, suele ser muy angustiante, pero no podía traicionarse a sí mismo. Zoroastro recibía las revelaciones de Ahura Mazdah, Moisés de Yahvé, Mahoma de Alá, y Jesús de Dios. La estructura parecía ser siempre la misma y su fé no era suficiente. Seguía sin creer.
Pero en algo creía, o más bien, algo le atraía profundamente, y no eran las historias divinas, sino las historias de seres finitos e imperfectos, las de gente de carne y hueso como él. Creía en las historias de pueblo que se modificaban con cada generación. Creía en los viejos tomando mates en las veredas y los pibes mojándose en la lluvia. Creía en las revelaciones de viejos ancestros, en las fotos color sepia, y las pequeñas historias llenas de simpleza. Creía que era más sagrada la historia de la señora de la esquina revelándose ante su marido, que Moisés atravesando el desierto, no porque la liberación del pueblo hebreo no le pareciese importante, sino porque si existía alguna travesía en su vida cotidiana, era la que atravesaban esos seres que no recuerdan más que sus familiares. Creía más valioso a aquel señor que trabajó para sus hijos, que Buda descubriendo el mundo pobre y lleno de miserias que su padre intentaba ocultarle. Para él, si existía algo sagrado, no estaba más que en esos lugares y en esas personas. Lo sagrado estaba a su alrededor. Si había alguna blasfemia era la de no reconocerlo.
                                                                                   


  




Diego

3 comentarios:

  1. Me gustaría hacer un comentario extenso pero sabés que ando con el tiempo contado, simplemente no quise dejar la lectura para después. Sigo sorprendiéndome con cada uno de tus escritos y apoyando fervientemente tu nueva pasión.

    ResponderEliminar